domingo, 11 de noviembre de 2012

No...



Cuando llegué a casa, muerta de frío, tú todavía no habías llegado. Me saqué los zapatos mientras me quedaba siete centímetros más cerca del suelo. Con las manos congeladas y la nariz roja fui a la cocina. La casa estaba fría y tú no estabas. Estornudé. Miré el reloj, tú ya deberías haber vuelto, mientras me tomaba una pastilla para el dolor de cabeza. Puse tres galletas en un platito y me serví un vaso de leche, ahora sólo me faltabas tú. Fue entonces cuando lo vi. El bote de café estaba abierto, abierto y vacío. Fue entonces cuando escuché como algo se rompía. Por mi mente pasaron todos nuestras risas y todos nuestros cafés. Los besos, los bailes y todas las fotografías. Todas nuestras fotografías. Y por mi mente también pasó tu cara pecosa y tu sonrisa. Y el momento en que me habías prometido que tú comprarías el café. Y también aquel, en la playa, en el que me dijiste que me querrías para siempre. No sé si fue el sol de invierno, demasiado perezoso para brillar, que se escondió o que mis ojos perdieron la luz. La casa, de pronto, se quedó gris. Escuché como movías las llaves tras la puerta y me acerqué al recibidor con la sangre congelada en mis vasos sanguíneos. Con el corazón paralizado, te recibí.


- Hola, brujita - me dijiste sin mirarme siquiera, liado con el móvil y las llaves como estabas. El nudo que tenía en la garganta me impedía hablar.

Fue entonces cuando me miraste. Fue entonces cuando te miré sin parpadear. Supiste al momento que algo iba mal. Supiste que lo sabía.

- No hay café... - te susurré con voz trémula mientras tú parecías haber recordado algo importante. Te quedaste callado sin contestar. Yo seguía el camino que habían recorrido tus pensamientos desde que habías llegado a casa. Y mucho antes. Los dos lo sabíamos pero nadie hablaba.

El silencio nos mordió a los dos y me sentí palidecer muy despacio. Tus ojos avellana me miraban y yo sólo pensaba en el café. En el café y en ti.

- ¿Ya no me quieres? - me atreví a preguntar, finalmente. Nunca me había gustado verte triste y ahora parecías a punto de romperte. Me permití perder la cabeza en tus labios un momento pero pronto volví a ti, nuestros besos se habían roto.

- No...

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