viernes, 2 de noviembre de 2012

el Frío golpea la puerta



Aquella tarde el Frío había entrado sin avisar, el muy cabrón ni llamó primero. Ya nadie respetaba a nadie, los buenos modales eran cosa del pasado. ¿Por qué tendría que hacerlo él?

- Y bien, ¿qué tienes para mí? - el Frío no era muy dado a las delicadezas y hoy no iba a ser diferente.

- Verá, yo... - ni pude exponer mis malas excusas, su gélida mirada me atravesó. Retrasarme en los pagos había sido muy mala idea.

Se levantó de la silla como un huracán rompiendo a su paso la taza de café que había dejado a sus pies. Mientras el gesticulaba y el vendaval giraba y giraba por mi casa, yo sólo podía fijarme en el café que se iba extendiendo lentamente por mi alfombra. A cada nuevo trueno del Sr.Frío, yo tenía menos idea de adónde llevaría todo aquello.

Esperaba a que se calmase un poco la tormenta para poder explicarme. Maldita la hora en que me dio por comprar aquellas canciones. Ahora lo sabía.

- Verá, Sr.Frío, ha habido un pequeño problema... Yo - no sabía qué hacer con el nudo que tenía en la garganta, resolví el problema con un carraspeo - no tengo la mercancía... aún.

Antes de que la tormenta volviese a rugir me apuré a intentar tranquilizarlo con la diminuta palabra "aún". Desde luego, aún no tenía la mercancía, pero no veía el modo de poder conseguirla en un plazo lo suficientemente corto como para que el Sr.Frío no prescindiese de mí. Y que alguien como el Frío prescindiese de ti no era bueno, ni mucho menos. Estaba aterrada.

El problema había comenzado al meterme en aquella mafia, desde luego, pero ese no era mi problema. La elección había sido tomada y ya no podía hacer nada al respecto. No podía hacer nada para escaparNunca seríalibre.

No, ese no era mi problema. El problema eran las canciones. Las canciones y aquel café.

Yo siempre había sido de sus favoritas. Nunca me había tratado bien, ni había sido cariñoso conmigo, por supuesto. El Frío no hacía eso. Pero yo siempre había sido la más eficiente. La mejor. Muchas veces, en especialpor la noche, me preguntaba si no había nacido exactamente para ese trabajo: robar calor.

No era un trabajo fácil, pero a mí se me daba bien. Yo me veía a mí misma como una ladrona de clase A. Yo era muy fantasiosa, es verdad. Incluso después de ingresar en aquella mafia. Si en lugar de un maldito grupo de malditas personas hubiese sido un colegio, creo que me habría licenciado con honores. La mejor de la clase.

Era fácil para mí entrar en corazones ajenos y sustraer su calor, hacerlo mío. Eso, a fin de cuentas, no tenía mucha ciencia. Eso era fácilCualquier podría hacerlo.

El trabajo de los que robábamos calor era mucho más.... exquistoÉramos profesionales del sentimiento.

Como ya he dicho, robar el calor de los demás era fácil. El problema estaba en saber - en poder - almacenarlocorrectamenteEl calor era muy delicado, muy proclive a estropearse, a volverse inservible. Y, por descontado, el calor sentimental era muy dado a crear nuevas conexionesEso era lo peor. Muchísimos profesionales como yo - está bien, no como yo, yo era la mejor - lo habían perdido todo por haber atrapado calor y no haber sido capaces de almacenarlo bien.

Para los que no lo sepáis, el calor muerdeY siempre - escuchad lo que digo, siempre - lo hace con ganas. Muerde corazones y muerde pensamientos.

Cuando hablo de que el calor crea nuevas conexiones muy rápidamente quiero decir que, si le das la opción, te muerde las entrañasTu interior debe estar completamente vacío, complemente a oscuras. Esa es la única manera. Para los profesionales como yo, la máxima era vivir vacíos. Yo había nacido rota - o esa era mi opinión al respecto - y mi interior no tenía ni luz ni calor propio, así que eso me hacía la mejor.

El calor robado nunca enraizaba en mi interior y entonces siempre podía almacenarlo correctamente. Tras el almacenamiento, la venta era billonaria. Siempre era así.

Pero el problema habían sido las canciones.

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