viernes, 9 de noviembre de 2012

¡A por ti!



- .... ¡A por ti! - exclamó de pronto y todos gritaron y rieron con ganas. Aquellos niños eran el público favorito de la bruja. Siempre escuchaban atentamente sus historias y después siempre le dejaban una cajita de galletas cerca de la entrada. Ellos intentaban disimular para que el regalo de cada semana fuese una sorpresa y ella siempre buscaba una excusa para no darse cuenta de nada.

Cuando la bruja se levantó en busca de Dante, su gato, los chicos se levantaron corriendo y, a carreras, llegaron a la entrada de la casa de la bruja. Dejaron la cajita de galletas de canela y cogieron las bicis, en un momento estaban calle abajo recordando los momentos más emocionantes de la historia de hoy.

Mientras la bruja se servía un vaso de agua y los veía alejarse a través de la ventana, se encogió de hombros y negó con la cabeza. Debería haber sido escritora de cuentos infantiles, le habría ido mucho mejor.

Después de hidratarse, cada vez le costaba más enfatizar los momentos oscuros de las historias que contaba, fue a la nevera a por una botella de leche. Cogió una tacita de porcelana y echó en ella la leche. Con un poco de esfuerzo se agachó y la dejó en el suelo. Apoyándose en la encimera volvió a incorporarse y fue hasta la entrada.

Suspiró al ver el presente.

Dejando pasar el tiempo a través de su cuerpo, la bruja terminó las tareas de aquella tarde y calcetó unos centímetros más de la bufanda roja que estaba haciendo. Después, puso la radio y comenzó a preparar la cena. Como el gato, ella cenaba todas las noches lo mismo: un vasito de leche y tres galletas.

Mientras escuchaba un tema de Chuck Berry, subió a su cuarto y después de encender la luz y bajar las persianas, se sacó los zapatos. Pese a que toda su vida había usado tacones, ahora comenzaban a molestarle con más frecuencia. Los años le pesaban desde hacía años.

- Y dime cariño, ¿cuándo volveremos a vernos? - dijo la bruja a la habitación vacía.

Con las zapatillas puestas, un cuaderno bajo el brazo y un chal sobre los hombros, volvió a bajar las escaleras. Había dejado la cena a medias y Dante no era demasiado paciente. Si no bajaba pronto el gato se lo comería todo.

Fue entonces cuando lo vio. Fue entonces cuando comenzó a sollozar débilmente. Una de las cortinas de su bonito salón se había desprendido y ahora colgaba como un muerto. La bruja se quedó quieta mientras la música, cargada de palabras secretas, la envolvía suavemente.

- Anoche te vi. ¿Vienes a por mi, corazón? - susurró, una vez calmada, a la estancia vacía.

Sus manos cargadas de años y arrugas dejaron el diario sobre la mesa y, temblorosas, cogieron un pañuelo. Lentamente fue limpiando los caminos que habían dejado sus lágrimas.

Cuando se sentó, abrió el pequeño diario de cubierta escarlata y páginas blancas. Suspiró. En la hoja que estaba marcada por un pedacito de raso rojo sólo había una fecha escrita con tinta negra y caligrafía elaborada. La mano de la bruja tembló mientras recorría las letras que estaban escritas como si fueran los labios de un antiguo amante.

- Estoy lista. Estoy lista para irme contigo.

- ¿Aunque tengamos que pasar una temporada en el Infierno? - tras las palabras graves que respondieron a la bruja, hubo el silencio. Y, tras el silencio, hubo lágrimas. La anciana bruja lloraba y lloraba y lloraba mientras la voz callaba y la pregunta danzaba en el aire.

La sonrisa de la bruja, una vez las lágrimas cesaron, era pausaba y verdadera. Su rostro era el rostro de la felicidad más absoluta y su sonrisa, pese a estar enmarcada en un mar de arrugas y años, era la sonrisa más bonita del mundo.

- Llevo mucho tiempo esperándote, amor mío. Ahora podré estar en paz contigo. ¿Qué importa que sea el Cielo? ¿Qué importa que sea en el Infierno? ¿Qué importa que yo sea bruja?

- Brujita...

- Tengo leche, tengo galletas y, ahora, por fin, te tengo a ti.

La bruja, con el diario bajo el brazo, y el recuerdo de su esposo fallecido subieron de la mano al dormitorio. Ella se sacó las zapatillas y se tumbó en la cama. Cerró los ojos mientras notaba como su esposo se tumbaba a su lado.

- Buenas noches, ahora mismo vuelvo a besarte.

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