Cada día bajaba al buzón con el azul en el corazón y cada día la lluvia de la decepción le mojaba el pelo, siempre algo enmarañado. Y así fueron pasando los días. Ella introducía una llave formada por catorce estrellas y contenía el aliento antes de abrir, esperando encontrar cualquier cosa: desde un barco pirata a un nuevo universo con constelaciones inventadas. Y cada día su rostro se ensombrecía, mientras la propaganda y las facturas asediaban sus castillos en el aire. Y así fueron pasando los días. Poco a poco, la ilusión por encontrar unas letras escritas con tinta fue sustituida por la pasividad de una incógnita previamente desvelada. Y así fueron pasando los días. Su corazón fue haciéndose más limón que cereza y ella volviéndose más desvaída. Sus colores se apagaban cada día un poquito más. La Nada de aquel buzón absorbía su esperanza. De nítida pasó a translúcida. Y así fueron pasando los días. Cada día baja al buzón hasta que llegaron los días en que pasaba a su lado, evitaba mirarlo, y seguía sin detenerse. Desde ese momento el porcentaje de humedad del ambiente iba de la mano con su porcentaje de desilusión. Todos los días llovía. De translúcida paso a transparente. Ya sin colores, dejó de ir al buzón.
Que él me llame por primera vez y por sorpresa,
que él me ofrezca unas palabras, una imagen y una canción,
que ella me escriba, me ofrezca una perfecta canción
y hasta vuelva a llamarme para ofrecerme la última.
Que tú seas sólo silencios. Eso es mal.
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